
Este texto nos lo envía Eva Llorens.
**
Recuerdo ser muy pequeña, jugar con mi hermano mayor, mi protector, el que me
robaba el mando del televisor pero me defendía en el colegio, el que se reía cuando
mamá me regañaba pero se comía el melocotón de mi plato a escondidas, porque a
mí no me gustaba. Cuando la adicción estalló en su vida, salpicó a la mía y en ese
momento, mi admiración hacia él sacó a relucir mi ego, yo tenía que hacer algo por él;
me lo llevaba de las fiestas, lo encubría frente a mis padres y a cambio no recibía ni un
solo sentimiento de los de antes, lo que recibía eran gritos y desprecios de una
persona enferma a la que le sobra todo lo que no sea la droga. Dejé de vivir mi vida,
empecé a vivir la suya.
Recuerdo entender “a la perfección” el tratamiento desde el minuto 0. Estaba tan
agotada física y mentalmente, que si ellos tenían la solución sería una alumna
ejemplar. Creí entender muy bien la teoría hasta el punto de empezar a vivir lo que yo
siempre había querido, a centrarme en mis cosas, en mis inquietudes… Eso hizo que
empezara a experimentar cambios, desde ganas de ir al cine hasta cambiar de
ciudad.
Creía estar consiguiendo lo que hablaban en el centro. Cortar completamente el
cordón umbilical que me unía a mi hermano para crear uno nuevo. Pero me
equivocaba. La primera parte la hice bien, en la segunda me perdí un poco.
En realidad, no me estaba permitiendo estar mal, no me estaba permitiendo sentir lo
que yo realmente sentía. Quise cortar tan en seco con el dolor que evadirme a ese
extremo hacía que cada vez que conseguía algo, me llenase un vacío, un “¿y ahora
qué?” constante y cualquier día era perfecto para sentirme insatisfecha. No estaba
aceptando la enfermedad de mi hermano, no me estaba permitiendo expresar lo que
me hacía sentir, hasta que supe reconocer que en mi cabeza, a modo mantra, se
repetía una y otra vez “mi hermano no se merece esto, ¿por qué?”.
Cuando aceptas que tienes derecho también a expresar cómo te sientes, empiezas a
despertar y a recordar todas y cada una de las terapias, de las palabras de Jose,
Maria Jesús o Marisa y comprendes que dentro de todo este malestar se esconde una
codependencia. Que has estado mal y actuando de una misma manera durante
mucho tiempo, girando alrededor de alguien que no eras tú y pensando siempre para
alguien que no eras tú. Cuando por fin piensas en ti, consigues tus propósitos y te
quieres, estas dando un mensaje desconocido a tu inconsciente y a tu mente, y digo
desconocido, no erróneo. Para nosotros, nuestra zona de confort es el malestar y salir
de ahí parece mentira pero nos da vértigo. Hemos escondido nuestras emociones
creyendo que las del enfermo eran las más importantes pero el tiempo, la aceptación y
la constancia terminan por darte la objetividad necesaria que necesitas para enfocarte,
parar y reparar y así, de esta manera, no perder de vista un cambio que nos enseñe a
vivir como merecemos y aceptar que la codependencia forma parte de nuestro camino
y que cuando menos queremos reconocerla, más aparece, más ataca y menos ama.
Por eso hay que luchar con ella, no contra ella.
Cuanto más conectados estamos con nosotros mismos, más estamos apoyando al
adicto. Si algo me ha enseñado este tratamiento es que la recuperación de la coaddicción
dista mucho del estado del adicto. De hecho, poco tiene que ver con él. La
recuperación de la coadicción es ser libre de sentir lo que tu cuerpo hace años que
no se permite pedir.
Siento admiración por mi hermano y por todos los valientes que eligen este camino
para seguir así, viviendo. Por mis padres, por ese cambio y ese crecimiento, por no
perder la fe en el tratamiento en ningún momento y finalmente, después de mucho
tiempo sin atreverme a reconocerlo, siento admiración por mí.
Mi aprendizaje hasta hoy se resume en la importancia de estar despiertos para
abrazarnos, aceptarnos y querernos sabiendo que todo lo que no depende de
nosotros, es externo y no nos abraza, solo nos acaricia de vez en cuando y que lo
importante siempre será mirar dentro, ahí y solo ahí, está el verdadero tesoro de cada
uno de nosotros. Somos un regalo. No dejemos nunca de darnos las gracias.
Ahora le digo «te quiero», sin que eso signifique dejar de quererme a mí.
**
Imagen: Xuan Loc Xuan